domingo, 23 de diciembre de 2012

Cambio de ruta (2a parte)

Tres días.
Pasaron tres días y mi teléfono no sonaba. Supuse que todo había sido una especie de sueño o que quizá, el papel se había perdido por el camino del autobús al párking de autobuses. Me pregunté donde dormían los autobuses y me imagine al autobusero buscando el papelito con mi número desesperado para poder llamarme y no encontrándolo.

Pasados los tres días recibí un whatsapp. Ahora ya no se lleva esto de las llamadas, se ve que no está de moda...ahora todo es tan fácil y poco arriesgado, en fin. Ese whatsapp de tres días después decía:
- Hola Marta, soy Javi. Espero que no estés perdida por Barcelona, y, si te apetece podemos ir a tomar algo.
El chiste de "perdida por Barcelona" no me hizo gracia, pero si que me gusto saber qui mi autobusero tenía un nombre. Quedamos para el viernes noche, cuando terminara su jornada. Me dijo que me pasaría a buscar.
Esa tarde estuve nerviosa, no sabía bien qué ponerme, opté por unos leggins negros y un jersei largo de color beige, botines marrones y un moño. Mona, pero discreta.

A las 20h Javi iba a estar bajo mi casa.
A las 20.03 yo bajaba, raramente, puntual.

Esperé nerviosa delante de mi puerta, hasta que un Ford Focus negro pitó un par de veces y justo entonces caí en la cuenta de que no iba a venir a buscarme en autobús.

- Que tonta, ¡pensaba que vendrías en autobús! - solté, pero no pareció hacerle gracia.

Bajó del coche.
"Ai, que bien, es alto" pensé, pues solo le había visto sentado en el asiento del conductor. Nos dimos dos besos y me invitó a subir al coche, buscamos aparcamiento por la zona y nos metimos en el primer bar guay que había.  Pedimos dos cervezas, las ocho y pico ya no es hora de cafés, así que toca alcoholizarse mínimamente. Nos tomamos una y otra, y otra. Me pareció un chico muy interesante. Pensé, "Marta, si es el hombre de tu vida, lo habrás conocido equivocándote de autobús". Pero no hay que pensar Marta, no hay que pensar, si quedas con un hombre lo que tienes que hacer es escucharle, porque a la media hora me di cuenta de que no sabía de qué coño me estaba hablando, porque solo imaginaba cosas, le miraba la sonrisa y los ojos y pensaba en lo atractivo que era. Pero ¿él que pensaría de mí? Cambié de estrategia, dejé de pensar y empecé a hablar, de tonterías, que si soy la relaciones públicas de mi empresa, que si el poco frío que hace en Barcelona en invierno, que si los recortes, que si vivo sola con mi gato...

Curiosamente, desde que comenté lo de que vivo sola con mi gato, al salir del bar no dejábamos de dar vueltas a mi manzana.
"¿Damos un paseo?" había comentado él, "Si, claro" había respondido yo, pero el paseo se basaba en vueltas redondas, viendo el mismo quiosco, la misma farmacia y el mismo videoclub.
Mientras caminábamos en bucle yo seguía hablando muy entusiasmada de todo aquello, pero, como soy mujer y se hacer dos cosas a la vez, mis palabras no tenían nada que ver con mis pensamientos que solo decían "da vueltas a la manzana porque quiere subir a casa, da vueltas a la manzana esperando una invitación, que sabe que vives sola con tu gato, invítale ya a subir ¡ya!...".

- Bueno, parece que te acabarás de conocer de memoria mi barrio eh.. - dije entre risas, un tanto estúpida.
Me miró, como preguntándose a qué venía eso.
Era rarito este autobusero, no acabábamos de andar en la misma onda pero cuando nos mirábamos nos enviábamos electroshoks, eso era indiscutible.

La cita ya pasaba de las tres horas, y tres horas es el límite que tiene que tener una primera cita, porque lo demás ya pasa a un análisis de cada palabra y/o gesto que hace el otro. Entonces había que hacer algo, y no iba a mandar al autobusero de vuelta a casa sin más. Si hubiera hecho eso, quizá me hubiera quedado con la espina clavada y me hubiera pasado el resto del año cogiendo todos los autobuses 59 y 32 en su búsqueda fallida.

No.

Así que elegí la opción dos, y, aunque no siempre soy capaz de usarla, ese día me di cuenta que no tenía más remedio, me acerqué y le besé, me besó: ¡NOS BESAMOS! Y fue el beso más tierno de la historia. Tan tierno que no quise dar más vueltas a la manzana, ni ir en busca de más autobuses, quise quedarme allí disfrutando del shock completo de iones y electrones.

- ¿Así que vives con un gato? - Me preguntó casi susurrando.
- Si. Ahora me dirás que eres alérgico a los gatos ¿no? - pregunté con una sonrisa.
- Que va, me encantan los gatos.

Así que quiso subir a conocer a Velcro, mi gatito. Y lo conoció, también conoció mi piso, mi sofá y mi cama. Y yo me alegré tanto de que aquél día hubiera cambiado mi ruta...


Antes solía ir a todas partes andando.
Ahora...me encanta viajar en autobús.

No solo por Javi, la verdad es que con un par de citas más me di cuenta que no acabábamos de encajar del todo, pero cada vez que subo a un autobús me acuerdo de esta historia y mi mente se va en mil y un pensamientos, mientras me equivoco de parada, mientras pienso: "nunca sabes cuando puede suceder algo especial."

Cambio de ruta. (1a parte)

18.03 David:  Marta, quedamos a las siete en casa - (Último whatsapp recibido)
Ya eran las siete y todavía seguía en casa corriendo de un lado para otro del pasillo intentando no dejarme nada. Había quedado con David y llegaba tarde. Salí escopeteada, con el pelo aún mojado, suelto, y con espuma, pero que iba dejando gotas encima de mi chaqueta verde. Normalmente hubiera girado a la derecha, andado dos calles, saludado a la divertida señora de la tienda de las frutas, torcido a la izquierda, seguido recto y, allí, en la parada, hubiera cogido el 14 para llegar en veinte minutos a casa de David.
 Pero la falta de tiempo me hizo torcer el recorrido torpemente, encontrar semáforos en rojo, esperar más de lo previsto y llegar a la parada a penas sin aire para ver, en la pantalla, que faltaban 18 minutos para el 14.
- Putos recortes de mierda, joder - pensé en voz alta. Un señor de pelo blanco y bastón me miró, seguramente pensó que era una mal hablada pero le sonreí dulcemente y él contesto apartándome la mirada. Bueno, tampoco tenía tiempo para quedar bien con nadie, volví a mirar la pantalla en un intento de que tu mente pueda hacer algo con una fuerza sobrehumana y que el tiempo cambie. Pero nada. Era incapaz de esperar, la pantalla anunciaba un 59 inminente. Yo necesitaba algo inminente, no me gusta estar parada cuando hay prisa. Así que cogí el 59 inminente sin saber si me serviría de algo, porque posiblemente tendría que hacer cambios estúpidos que aún me harían retrasarme más. Mientras subía los escalones del autobús miré el móvil
19.13 David:Donde estás?
19.14 Marta: Ya llego!
Acabé de subir, y, como siempre hago, saludé al "autobusero" (si el conductor, pero a mi me gusta llamarles autobuseros), cuando se cruzaron nuestros holas, no solo se cruzaron palabras, hubo una descarga energética de miradas. Acto seguido me giré de golpe y metí mi T10 en la máquina "pi pi, pi pi". Y me quedé allí, quieta, no quise entrar al fondo del autobús. "Que guapo es este autobusero", pensé, y me mantuve cerca todo el viaje, pero distante. Dejando que mis pensamientos brotaran creándome historias. Se me quitaron las ganas de ir a casa de David. Pero vuelta a la realidad, bajé del bus y no estaba tan alejada, no quise coger más buses, empecé a andar, pero ya sin prisas y a las ocho menos diez llegaba a casa de David, que ni si quiera se enfadó, porque lo que teníamos los dos era una pequeña historia de sexo, nada más serio, por mi parte y él sabía hasta donde entraban los derechos de enfado.
Salí de casa de David a eso de las 23,30, volvía a la mía y sentí que no volvería a verle, no me conformo con tonterías, son necesarias para una pero, cuando no te llenan lo suficiente, quizá hay que dejarlo ir.

Al cabo de una semana tuve que ir a una reunión de trabajo cerca de Horta, cuando salí no tenía muy claro como volver a casa. Me acerqué a una parada de autobús pero no era la que me habían indicado, allí no estaba el bus que necesitaba, que desastre. Vi que el 32 venía inminente, miré las paradas rápidamente y lo cogí. Soy de Barcelona y me desenvuelvo bastante bien, "ya conseguiré llegar de algún modo.", pensé.
Tal como subía las escaleras me quedaba atónita de ver quien volvía a conducir este autobús, que no era el mismo autobús de la semana anterior. Pero si era el mismo "autobusero".
Dos errores. Dos equivocaciones que me hacían volver a encontrarlo a él, en mi cambio de ruta.
Esta vez me saludó con un "hola, qué tal?" ¡Ya no era solo un hola! Y qué implica un "hola qué tal?" implica la necesidad de una respuesta, así que contesté alegre y dulce con un "muy bien y tu.?" y marqué mi targeta "pi pi, pi pi", pero me quedé allí, esta vez, a su lado. Y aproveché para preguntarle "mira, yo es que me he equivocado de bus, y pensaba bajarme aquí...pero quizá hay alguna parada que me deje más cerca de donde vivo que es aquí...? es que no soy de aquí..." Lo dije para dejar que se sintiera superior, protector, que podía ejercer una gran ayuda sobre una pobre niña perdida en la gran ciudad.
Me miró a los ojos, me sonrió y me respondió "La última..."

La última, no sabía si quizá era cierto o si realmente era una invitación a estar con él hasta al final. Pero claro, si me quedaba hasta el final como iba a volver a casa, ¿me llevaría en autobús?.

Pero estas cosas, que no pasan nunca, me hicieron quedarme allí hasta la última parada. La gente bajaba y yo me quedaba allí, plantada, como tonta.

- Por cierto - me dijo - ¿no eres de aquí? A mi me parecías muy desenvuelta la última vez, en el 59.
- Ah...-reí - pues no...- contesté torpe.
En el 59. Se acordaba de mi, se acordaba de mi, se acordaba de mi.

LLegamos al final del trayecto. Él empezó a sacar ticket en blanco, y yo dejé de lado mi parte tímida.

- Qué quieres, ¿mi número?
- Claro - contestó, con aquella voz grave que le hacía aún más sexy.

Y le escribí mi teléfono móvil, se lo di, y me fuí.
Ahora él tenía la pelota. Yo no podía hacer nada más, no creo que me equivocara una tercera vez de autobús.